“Cayendo y degenerándose”: Habla del zoológico un excuidador

“¡PELIGRO! NO ENERGIZAR.” El zoológico de Puerto Rico se encuentra sin energía eléctrica desde el paso del huracán Fiona.

Por Ian M. Acevedo Colón

Mayagüez. No es muy difícil olvidarse del Zoológico de Puerto Rico Dr. Juan A. Rivero. Existe en un “hueco”, en un “vacío”. Detrás de los vehículos despintados por el sol del Departamento de Recursos Naturales y Ambientales (DRNA), y más allá de sus portones mohosos o sus letreros de bienvenida arropados por la maleza, parecería que hasta el propio Mayagüez quisiera tragárselo mágicamente fuera de nuestra vista. Aún así, para el malestar de todos, persiste.

Es muy fácil olvidarse del Zoológico de Puerto Rico. Cuando la entonces Administración de Parques y Recreo Públicos trasladó sus operaciones desde la isla Magueyes en La Parguera de Lajas a la finca “Las Ochenta” en el barrio Miradero de Mayagüez, se proponía convertir al Zoológico Dr. Juan A. Rivero en una facilidad educativa y recreativa de excelencia a nivel isla, donde familias pudieran disfrutar en sana convivencia y futuros científicos pudieran fortalecer su práctica. Por un tiempo, para muchos, lo fue.

En la actualidad, no obstante, lo que queda del zoológico detrás de sus puertas cerradas sirve más como objeto de una larga lista de estocadas y señalamientos de negligencia y maltrato. Más allá de eso, se ha convertido en una notoria “papa caliente” política.

Entre promesas interminables de abrirlo, cerrarlo, trasladar sus animales, redesarrollarlo o, más recientemente, convertirlo en un “santuario”, parecería que hasta su propia administración desconoce qué hacer con (o cómo deshacerse de) el zoológico.

¿Cómo se llegó a esto? Para aquellos quienes trabajaron allí, tal respuesta parece simple: la condición actual del zoológico es solo el resultado previsto de largos años de descuido institucional e incompetencia burocrática.

Archivo 2018 / One Red Media

Pasiones desafortunadas

Antes de que pudiera compartir la mesa con los monos, el excuidador Carlos Casillas Perea tuvo que dejar atrás el palo. En entrevista con La Isla Oeste, recuerda cuando sus compañeros de trabajo le insistían: para manejar a los monos araña hay que darles con el palo. La exhibición de los monos araña sudamericanos se ubicaba en el centro de una charca y solo se podía acceder por medio de una balsa, por lo que cualquier rescate prospectivo iba a ser complicado, por no decir imposible.

Pese a esto, Casillas Perea se mantuvo firme. Durante sus primeras visitas, llamaba a los monos y estos se mostraban ariscos. Le arrancaban el pelo y le rasgaban su camisa. Con el tiempo, ahora bien, llegaron a aceptarle.

“[Los monos araña] eran un “dulce” conmigo, [pero] todo el mundo le tenía terror”, explica el excuidador. “De hecho, unas vacaciones que tuve, que alguien –no sé quién– se tuvo que encargar de ellos, cuando llegué había uno con un brazo roto. Obviamente lo habían golpeado por miedo cuando llegaron a darle comida. Ahí las desilusiones, ¿verdad?”, añade.

Casillas Perea se incorporó al cuerpo de empleados como cuidador de los hábitats de la sabana africana a principios de los años 2010. Además de los monos araña, trabajaba habitualmente con grandes mamíferos como los hipopótamos, los rinocerontes y los jabalíes, y con los avestruces. En aquel momento, bajo la administración de Marisel Mora González –esposa del entonces alcalde de Mayagüez José Guillermo Rodríguez Rodríguez–, el zoológico todavía recibía una cantidad considerable de visitantes cada semana, ya fuera familias individuales o grupos escolares.

Jonathan Irizarry Soto laboró como cuidador del mariposario y el artropodario entre 2015 y 2017, y todavía destaca el sinnúmero de complicaciones habituales que el cuerpo de empleados asumía y alrededor de las cuales intentaban trabajar. Ya para ese entonces, reconoce, era común recibir menos de cinco personas al día.

Detrás de sus verjas, se vislumbra escaso movimiento en el zoológico de Mayagüez. (Ian M. Acevedo Colón)

“El personal, por voluntad y buena fé, [ponía] dinero propio para comprar cosas que hicieran falta. Si esperabas por la burocracia, no iban a llegar nunca. Todo el mundo llega con ganas de trabajar, pero con las condiciones, las herramientas y lidiando con el sistema”, afirma Irizarry Soto.

A los dos años de comenzar en su puesto, Casillas Perea ya había renunciado. Entre instancias de reportar animales enfermos –a veces con tumores visibles– para solo ser ignorado, historias de agresión a los mamíferos por parte de sus entrenadores y su impotencia ante una directiva indiferente, su pasión por su trabajo no fue fortaleza suficiente.

“Uno podía tener iniciativa para desarrollar [una mejora] en cuestión a la calidad de vida del animal o de la visita de las personas, pero quizás por la falta de fondos –o por el hecho de que se siente que estarías generando más trabajo para los empleados–, no tenías la aprobación que uno estaba esperando”, revela Irizarry Soto.

“Tal vez”, añade, “te venían con esta frase de ‘Ah, como tú eres nuevo vienes con estas ganas de comerte el mundo y cambiar las cosas, pero no lo vas a poder hacer’, pero pues, uno siempre trataba de buscar un mecanismo, alguna vía alterna para intentar hacer algo de lo que uno sabía que iba a funcionar –obviamente con tu dinero, no con el del parque–”.

Efecto dominó

En enero de este año, con más de 20 años de edad, murió en el zoológico Nina, una osa americana que fue rescatada del zoológico Arca de Noé en Camuy. Según investigaciones, la osa habitaba en condiciones insalubres, confinada con poca ventilación y bajo una calor “insoportable”.

“El animal que estaba sano físicamente, tú notabas que psicológicamente era un desastre. Tienen unos osos que nunca los pusieron en exhibición porque están en una jaula pequeña, sucia, y el animal –obviamente– enseñando las señales básicas de una depresión, dando vueltas en un mismo sitio, yéndose de lado a lado…tortura, lamentablemente”, cuenta Casillas Perea, frustrado.

La muerte de Nina es la última en una línea creciente de fallecimientos en el zoológico que han ocupado los titulares de noticias nacionales. Más allá de esto, sin embargo, reflejan la apatía general por parte de la administración del zoológico hacia las especies bajo su cuidado.

“Magnum, uno de los chimpancés, era un prisionero”, destaca Casillas Perea. “Como son tan cercanos a nosotros genéticamente, tú le veías los gestos claramente. Él vivía en un coraje constante. Era el más temido allí, porque de ser tan inteligente a estar tan frustrado, realmente era un animal bien agresivo. En vez de haber un programa de comunicación, de entrenamiento, de averiguar, de investigar con la universidad, no lo había. Se quedaba en la cuestión de tipo circo; básicamente darle comida, limpiar el área y ahí está”, asegura.

Magnum murió el pasado mayo a los 39 años. De acuerdo a la secretaria del DRNA, Anaís Rodríguez Vega, su fallecimiento fue por “causas naturales”.

El zoológico, más allá de ser una exhibición, no alcanzó el potencial académico que pudo, en su momento, haber poseído. Aun con una institución educativa de tal renombre como el Recinto Universitario de Mayagüez a escasos minutos de sus facilidades, según los ex cuidadores, no pareció existir ningún acuerdo documentado de colaboración entre las dos entidades. Para Irizarry Soto, el giro del parque desde una perspectiva científica a una más recreacional alejó al zoológico de su propósito inicial, un aspecto que contribuyó, a la larga, a su declive estrepitoso.

Cercos desolados en el zoológico de Mayagüez (Ian M. Acevedo Colón)

“Para mí es una falla gerencial, pero quizás no de primera mano de la gente que está en la oficina administrativa del parque. Esto viene de arriba. Normalmente cuando vemos un zoológico, es una institución privada, del tercer sector, una colaboración, no es 100% gubernamental. Cuando tú tienes un gobierno que no tiene la capacidad de manejar sus propios departamentos bien –los departamentos con prioridad, los servicios esenciales–, tampoco le van a dar la mayor atención a algo que catalogan como recreacional”, señala Irizarry Soto.

La decadencia del zoológico no es un asunto único, sino un reflejo del Puerto Rico del presente. La dejadez de su administración, el corazón de la gente que añora que permanezca –ya sea por apego genuino o por oportunismo–, y su desaparición bajo la tierra que hoy en día lo estrangula deberían servir tanto de espejo para todos aquellos que contemplamos su muerte prolongada como de lección, que alce una pregunta: ¿Qué dice de nosotros nuestro olvido?

Ian M. Acevedo Colón
Periodista Independiente

Periodista independiente. Egresado de la UPR Río Piedras con estudios en ciencias políticas y B.A. en Información y Periodismo.

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