
Por Nelson Arnaldo Vera Hernández / Catedrático en Sociología UPR Aguadilla
En los últimos años hemos estado observando en la sociedad puertorriqueña cómo el deseo por conseguir cosas materiales ciega las familias. Este efecto está presente en todas las estratas sociales y visto a través del tiempo. Es como un culto a lo material.
Varios elementos nos hacen reflexionar sobre este tema. Puede haber personas inmediatas que piensen que es sobre ellos. Adelanto que en nada tiene que ver con las personas que conozco. Es lo visto en general. Es más, observando documentales, series televisivas de la vida real, leyendo sobre grandes pensadores, entre otros, representan las fuentes de nuestras comparativas con lo observado. Un ejemplo es una frase de Albert Einsten.
Dijo el laureado físico en un momento determinado que “una vida tranquila y modesta trae más felicidad que la búsqueda del éxito combinado con una inquietud constante”. Una expresión muy profunda. Una vida “modesta” es aquella fuera de elementos materiales y evita la “inquietud constante”. A veces observamos a personas que solo viven por acumular cosas materiales que les persigue de una incesante protección excesiva de seguridad. Su vida está focalizada en la protección de lo que tienen. Una ansiedad constante que lleva, sin saberlo, a crear un interés en los amigos de lo ajeno por penetrar a ver qué es lo tan importante que proteges.
Eso es distinto a quienes carecen de ese materialismo. La importancia está en sobrevivir a diario. Su camino está fuera de las luces y protagonismos. Sin temor alguno a lo que poseen porque es lo necesario para vivir: educación, grado de escuela, ética, respeto y empatía. Elementos importantes que detallan que venimos desnudos al mundo y así mismo nos vamos a ir.
El primer ejemplo de ese materialismo puro en las familias es la ambición de poseer terrenos. Es triste observar que al momento de que sus predecesores pasan a mejor vida, comienza todo un proceso por quedarse con los predios de tierra. Es como si ese pedazo se fuera a llevar cuando también llegue el momento de despedirse de esta vida. Alardean de ser propietarios o terratenientes. Algunos piensan que eso les garantiza prestigio social porque observan a otras personas que sí lo tienen. Pero olvidan que “los otros” poseen atributos adicionales que en realidad les brinda el brillo.
Un segundo ejemplo es lo referente a estructuras. Hay que mencionar que estas instalaciones se desgastan y deprecian. De hecho, hay veces que se compran muy baratos, pero es precisamente porque carecen de valor por otros elementos que sustentan la inversión tales como ubicación, tiempo, seguridad y deterioro. La adquisición representa una pérdida y no una ganancia. Pero las aspiraciones por tener más y tratar de adquirir relevancia invisibilizan las variables que brindan valor.
El último ejemplo a brindar: los vehículos. Recordamos que hace mucho tiempo atrás, un amigo nos decía que comprara este o aquel carro para estar montao. Nunca le hicimos caso, pero se observa cómo para muchas personas ese es el criterio para adquirir un auto: estar montao. Es como si pensaran que la jaula hace al ave. Total, la función de un auto es la de servir de medio de transportación. De qué vale tener el mejor vehículo del mundo si la constante vigilancia porque no lo roben impide vivir. ¿Y que tal de aquellos que tienen carros guardados en su casa por miedo a que lo choquen o simplemente porque carecen del dinero para las obligaciones gubernamentales?
Para concluir, nos parece un ejemplo extraordinario de lo mencionado por Einsten, es la vida del pasado presidente de Uruguay José “Pepe” Mujica. Ético, serio, preparado académicamente, de mucho respeto y empatía con los demás son algunos elementos que le distinguen y brinda una lección magistral. En su etapa como presidente conducía su “volky”, carecía de guardaespaldas, sembraba lo que consumía. Para quienes lean estas líneas y les interese la figura de Pepe recomendamos el largometraje biográfico “La noche de 12 años”.
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