Haciendo malabares para sobrevivir

Por Víctor Manuel Vázquez Domenech / Para La Isla Oeste

Isabela. No hay carpas. Tampoco hay tarimas. Su escenario es sobre el candente pavimento que está bajo los semáforos en la transitada carretera PR- 2.

La necesidad ha llevado a los malabaristas Lidiana, Pablillo José y Raúl Ernesto, a realizar sus actos en estos peligrosos lugares.  Desde allí sacan sonrisas y hasta alegran el día a los conductores que observan su breve espectáculo. A cambio, muchos de sus espectadores le dan propina.

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Raúl Ernesto, de 29 años, es un maestro de teatro que llegó a trabajar en una escuela en Isabela. En su momento, tuvo que acogerse al desempleo, ingresos que ya dejó de recibir, por lo que la situación se puso difícil.

El joven, nacido en Santo Domingo y actualmente radicado en Aguadilla, se aventuró hace apenas dos meses a hacer lo que bien sabe: teatro callejero. Ya sea con malabares o con técnicas de mimo, encanta a los transeúntes.

“Hace par de meses me quedé sin trabajo. Estaba trabajando  en una escuela pública y no salió mi convocatoria. Al no salir, recurrí al semáforo para hacerme un dinerito y me di cuenta que uno puede sostenerse o por lo menos cubrir bastantes gastos”, señaló.

El también miembro del colectivo vueltabajo de teatro callejero, acude al semáforo entre cuatro y cinco días a la semana donde invierte unas cuatro horas al día de su talento. En los fines de semana ha llegado a estar hasta seis horas diarias trabajando malabarismo en la calle.  Su performance depende de si llueve o no llueve o de si el semáforo sirve.

Lleva tres años manipulando objetos en el aire desde que aprendió el arte en España “poniéndole ganas”.  Su espectáculo consiste en utilizar tres bolitas para hacer tres trucos. Altura media que es la más común, luego, malabares sobre la cabeza y finalmente, tirando al piso y rebotándola. Entre cada ronda que da en el semáforo, Raúl Ernesto, genera de las propinas que recibe un promedio entre $1 a $1.50. En una hora puede llegar a hacer hasta veinte rondas.

“En estas luces de aquí, el tiempo que está detenida en la luz roja es de un minuto y cuarenta segundos. Le doy quince segundos a lo que los carros llegan y frenan. Hago mi “show” de cuarenta a cuarenta y cinco segundos y los próximos treinta segundos que me quedan es para recoger las propinas y recoger, guardar, respirar, tomar agua y volver”, detalló Raúl Ernesto.

Este joven, además, enfatizó que mantiene un diálogo con las personas que venden en estos espacios “porque este es su trabajo también y nosotros no venimos a invadir. Venimos a compartir las luces”.

“Hoy mismo un señor, con sus dos hijos -supongo que eran sus dos hijos- salió de comer y le sobró y me dio ahí un plato de pollo con pan y eso está nítido. Hay otros que me ven, por ejemplo los camioneros en esta ruta, me tocan su bocina y me dicen que estoy mejorando. Y aquí en estas luces, me encuentro a los que eran mis estudiantes en la escuela y eso me pompea. Una vez me dieron una propina de $10, que ha sido la más alta hasta el momento”, relató de sus anécdotas más sobresalientes en la calle.

“Pues sí, la necesidad me trajo aquí”, afirmó, recordando que fue un día, como a las 4:30 de la tarde, cuando recibió una llamada diciéndole:  Vete pa’ la luz, confía que te va a ir bien. En efecto, desde ese día no ha parado de hacer malabarismo en la calle, aunque sigue buscando un trabajito que le dé un salario más estable.

Por su parte, Lidiana aprendió la destreza con sus amigos del barrio, manipulando bolitas de piscina hace tres años. Hace poco más de un año retomó lo aprendido cuando lo vio como una posibilidad de ingreso.

“Para mí es una manera bien cercana de conocer a la gente.  Notar diferencias a cada lugar que voy. Es bien diferente a San Juan hacer malabarismo acá. La gente es muy distinta. La velocidad y la manera que reaccionan, es una más pausada y más atenta por acá”, describió la joven de 23 años natural de Cupey.

Su experiencia la describe como un trabajo de autogestión. “Es como una escuela, es un lugar donde yo me exploro ante todas estas personas donde compartimos el mismo espacio. Para mí esto no es caridad, es como ir creando esta idea de solidaridad donde todos somos obreros y estamos trabajando. Esto es como un apoyo horizontal, pues se malinterpreta mucho como algo fácil, pero requiere mucha práctica, mucha perseverancia. Enfrentarse a mucha gente no es fácil y es una manera muy chévere para aumentar la concentración y explorar el cuerpo”, reflexionó.

Lidiana vive con lo que hace en las luces, inclusive se ha ido de viaje con lo que ha obtenido en propinas.  “Requiere organización. Hay que cocinar, no comer afuera, comprar lo necesario. Identificar lo que es necesario, separar lo que es necesario de lo que son nuestros deseos”, mencionó la joven, quien además trabaja en fincas de Mayagüez y Las Marías porque ama la agricultura.

“Yo sí creo que otro Mundo es posible”,  acotó la joven. “Yo agradezco la solidaridad. Yo no me veo como el bufón haciéndoles payasadas a los reyes. Yo me veo practicando en plenitud lo que me encanta aprender, que es conocerme a través del cuerpo, a través del juego, a través de generar una alternativa de crear”, puntualizó.

Mientras, Pablo Varona Borges cuenta que ha vivido como titiritero toda su vida. A la edad de 27, lleva cinco años haciendo malabarismo en las calles, siendo esto su fuente principal de dinero. Aunque vive en el pueblo de Las Marías, su trabajo ha llegado a toda la Isla, donde asegura ha sido muy bien recibido.

Para Pablillo José, como es conocido en la escena, uno de sus retos ha sido organizar el evento “Circo en la Plaza”, que lleva tres años celebrándose en la Plaza de Mayagüez.

“El público puertorriqueño se siente muy agradecido de tener un entretenimiento como este, que es muy distinto. La calle es muy sensitiva. Las personas pueden llegar a sus trabajos  y volver a sus casas a ponerse sus máscaras y sentirse de otra manera, pero en la calle se revela mucho. Si estamos saturados de noticias negativas, lo curioso es que cuando estamos en la calle, la gente acude al entretenimiento como una manera de poder relajarse”, explicó.

Su espectáculo en la calle es corto. Utiliza su cuerpo como principal herramienta, complementada por pelotas o anillas. Tarda alrededor de un minuto en el semáforo de Isabela, donde puede realizar hasta treinta rondas sin parar.

“A veces hay personas en los carros que no están teniendo un buen día y tú le hiciste el día, o sea, se alegran. Los hice reír y es tan corto el tiempo, que lo he podido resumir en decirles: gracias y que tengas en buen día”, apunta, mientras expresa plena satisfacción por los malabares que por unos cuarenta segundos, hace en la calle.

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