Historia en desarrollo: siete años después

Por Carolina Rodríguez Plaza / Plaza para la Isla Oeste

El 12 de enero de 2010 un terremoto de 7 grados en la escala Richter, perceptible en la República Dominicana, Cuba, Puerto Rico, y Jamaica  dejó la capital de Haití bajo los escombros, destruida y, con un saldo de más de 300,000 muertos.

Siete años después se habla que las verdaderas causas del desastre no deben buscarse en el movimiento sísmico, sino en las condiciones socioeconómicas extremas, el hacinamiento urbano, la ausencia de reglamentaciones para la construcción de viviendas, el desbalance  ambiental, la fragilidad del Estado y las presiones internacionales. En otras palabras: en el histórico triunvirato de las sociedades marginadas: exclusión, pobreza y desigualdad.

En un abrir y cerrar de ojos un movimiento telúrico dejó más del 65 % de las construcciones en la zona metropolitana de Puerto Príncipe-Pétionville totalmente colapsadas. Miles de personas perdieron la vida y más de dos millones quedaron en la calle. El centro de comando de la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas también colapsó, dejando sin base a la fuerza de militares de múltiples nacionalidades que operaba en el país.

El presidente, en aquel entonces,  René Préval, vio cómo el Palacio de Gobierno; para algunos, emblema de la belleza neo clásica  que un día tuvo la ciudad, se hundía poco a poco. Hoy, es  un gran espacio sin estructura, cubierto  por una verja verde que pudiera simbolizar la esperanza de algún día levantar otro símbolo que represente el gobierno -hasta hoy ausente- en función del servicio a su gente. En resumen, el peor escenario posible: un desastre de proporciones superlativas que afectó de lleno al centro del poder.

El terremoto en Haití deja muchas lecciones. Debe alertarnos ante la constante  acumulación de riesgo en las ciudades de América Latina y del Caribe, ciudades que reciben permanentemente a miles de inmigrantes sin la adaptación para ofrecer condiciones adecuadas de seguridad; ciudades vulnerables, como Puerto Príncipe  que, en general, no incluyen en su  planificación criterios  para reducir el riesgo, carecen de planes y estrategias para enfrentar una catástrofe que comprometa lo más básico de una sociedad, como sucedió en Haití.

El desastre en Haití enseña además, que el riesgo no es algo que se crea en segundos, no es la casualidad súbita de la conspiración de un baile entre las capas de la tierra y un alza en temperatura que resulte en un sacudión destructivo, letal.

La tragedia de Haití nos presenta, de manera extrema, cruda y real, que nuestras sociedades enfrentan diariamente escenarios dramáticos de riesgo  en sectores de la población que han sufrido una exclusión histórica, con una vulnerabilidad rampante  que se refleja en dinámicas sociales y políticas distanciadas de la necesidad de su gente.

 Haití es también un país que sabe  sonreír  aun en su dolor, es una tierra de altas montañas que  ha enseñado sobre resiliencia.  Sobre la capacidad de reponerse y seguir adelante. Lejos de ser un titular o primera plana: Haití es una historia en desarrollo…

Seis años después del terremoto y en medio de un proceso de recuperación y desarrollo, lento, mínimo, el huracán más potente en los últimos diez años, azotó esa porción de la Hispaniola que es considerada el país más pobre de este hemisferio.

La Llegada

Fue el domingo, 15 de enero cuando el calor del medio día nos dio la bienvenida en la pista de aterrizaje del aeropuerto internacional Toussaint Louverture en Puerto Príncipe. De entrada algunos cambios saltaron a la vista; un aeropuerto remodelado, diferente al conocido en el 2011.  Algunos adornos navideños engalanaban la estructura cuya organización captó mi atención. Inmediatamente pensé “algo ha cambiado”. Al salir rumbo al hotel, el caos que caracteriza los largos días en la capital, se apoderó de la situación. Taxistas, gritos, polvo, calor, multitud… Habíamos llegado a Haití.

El primer día fluyó lento y cargado de múltiples emociones. Poder regresar al lugar que me enamoró de una forma pura y plena, provocó en mí ser la euforia indiscutible de encontrarse con el primer amor. Regresaba a Haití para contar una historia en desarrollo, investigar cómo había trascurrido el periodo luego del huracán Matthew y con una meta trazada desde octubre de 2016; apadrinar un hogar de niños huérfanos que son cuidados por una puertorriqueña. Tenía una agenda detallada y minuciosamente organizada. No se puede trabajar de otra forma en un lugar donde los días transcurren lentamente entre la carrera constante de un tráfico vehicular, (que incluye motoras y  “tap tap”), y mares de personas que salen de donde menos imaginas.

Luego de instalarnos en el hotel, muy cerca del aeropuerto, el grupo de trabajo compuesto por dos buenos amigos haitianos, Maxon Fildor y Anderson Jean, el pastor José Alberto Rodríguez, el Dr. Carlos Martínez Rivera y mi fotoperiodista Javier Rodríguez; comenzamos lo que denominamos un “ Abrazo Borincano”. Nos fuimos de compras con el objetivo de suplir la necesidad más apremiante del Hogar Bethel que ubica  la zona de Sus Matlá, cerca de Cabaret. Allí veinticuatro niños y jóvenes son atendidos y cuidados por Elena Cajigas.

Elena es una maestra jubilada del Departamento de Educación. Por treinta años enseñó educación física en su natal Moca. Al jubilarse jamás pensó que dedicaría su tiempo libre a ser madre de muchos niños que llegan al Hogar Bethel por diversidad de razones. Su primera visita a la República de Haití fue poco después del terremoto. Tras varios viajes misioneros, decidió quedarse.  En nuestra entrevista para WORA TV Noticias, nos describió los tres tipos de participantes: huérfanos, abandonados y los que no pueden permanecer con su familia por la precaria situación que atraviesan. Situación que se repite  provincia tras provincia, niño tras niño.

Sencilla, espontánea y sincera, nos relataba entre lágrimas las experiencias que han vivido en los pasados seis años. Destacaba lo necesario y urgente que es contar con donantes que garanticen el suministro de alimentos y medicamentos. En más de una ocasión miraba al techo, como buscando un cielo al que iba dirigida su gratitud. Gratitud que extendió al pueblo puertorriqueño a través de un enternecedor mensaje pronunciado por uno de los chiquitines que tiene a su cargo; “Glacias Puelto Rico per ayudarnos”.

Al salir del Hogar Bethel supe que el resto del viaje sería una oportunidad para aprender más de una lección.

Haití me devolvía la fe.

El Hogar Bethel opera exclusivamente con donativos y trabajo voluntario. Puede hacer su donativo a la cuenta del Banco Popular de PR # 085-471-933

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